El valle de las Batuecas está empapado de cuentos y leyendas populares. Caminar entre sus paredes aporta durante todo el viaje cantidad de sorpresas y curiosidades: monasterios y ermitas, pinturas rupestres, folklore popular y evocaciones literarias de la mano del Arcipreste de Hita se van cruzando con el caminante a cada paso.
Al Sur de Salamanca, donde la cadena de montañas castellanas se confunde con las Hurdes cacereñas, se esconde el valle de las Batuecas, inmerso en la Sierra de Francia, una comarca recientemente protegida bajo la figura de parque natural por sus indudables valores ambientales.
El valle del río Alagón y sus tributarios arroyos, de los que el Batuecas es el más singular, conforman la zona. La historia de los últimos siglos ha supuesto para este enclave una evolución ambiental y cultural especial dentro de la Sierra de Francia. La leyenda de que el valle estaba habitado por un pueblo sin contacto alguno con la civilización se extendió incluso por Europa en el siglo XVII, cuando se asentó en el lugar una comunidad de carmelitas.
Acompañando al monasterio, los monjes levantaron una veintena de ermitas para su retiro y oración, de las que todavía hoy quedan unas pocas desperdigadas entre el monte. La desamortización de Mendizábal supuso el abandono de las instalaciones y su consecuente deterioro, pasando las dependencias y tierras de mano en mano; incluso fueron propiedad del cineasta Luis Buñuel, quien las convirtió en escenario natural de algunas de sus películas. Finalmente, en 1936, las carmelitas descalzas adquirieron la construcción hasta que, catorce años después, la cedieron a los hermanos religiosos de la misma orden.
Desde el monasterio parte el camino que, al pie mismo del cauce fluvial, avanza aguas arriba hasta el Chorro de las Batuecas, entre la densa masa del bosque de ribera. La estrecha vereda recorre el exterior de los muros del cenobio, entre los restos de lo que fue el antiguo jardín botánico que plantaron aquí los monjes. Encinas, tejos y serbales, junto a cipreses, cedros, ailantos y catalpas crecen alrededor. Tal diversidad vegetal acompaña al caminante hasta traspasar la tapia del recinto monacal y cruzar un puentecillo sobre un arroyo. Superado el regato, se abre ante la vista un denso jaral que cubre las laderas. A la par que encinas, se ven ejemplares de roble, quejigo y sobre todo alcornoque, que continúa explotándose en la zona. Junto a esta variedad también crecen pinos, plantados a mano durante los años cincuenta del pasado siglo.

El resultado es un paisaje de gran diversidad y riqueza ecológicas. El elemento pétreo incrementa también el valor de esta zona, pues sigue siendo testigo de su historia. En los milenarios lienzos se localizan una serie de pinturas rupestres esquemáticas de colores rojizos. En sus muros se distinguen homínidos, dedos y soles, pero también pinturas realizadas por los monjes para santificar este enclave pagano.
Hoy la vida salvaje más notable de estos montes está representada por un gran mamífero, la cabra montés, que tras su extinción fue reintroducida a finales de los años setenta del pasado siglo y que en nuestros días es fácil de avistar entre los roquedos. Su caza controlada se ha convertido en una importante fuente de ingresos provenientes del valle para los municipios limítrofes. Los densos bosques dan cobijo también al amenazado lince ibérico, mamífero emblemático del que se sospecha su existencia dentro del parque natural. Y entre la fauna alada, se observa asimismo al buitre negro, la gran rapaz carroñera que aprovecha lo que otros no comen.
Desde la mágica umbría de la Majada de las Torres y tras visitar sus pinturas rupestres, hay que prestar especial atención, pues el camino se desdibuja. En el valle del Arroyo del Chorro, la vereda asciende por la ladera derecha y trepa un poco más adelante hasta media altura, atravesando primero un alcornocal y más tarde un jaral. En menos de un kilómetro converge de nuevo con el riachuelo, punto desde donde se escucha ya el salto de agua, aunque permanece escondido entre fresnos y alisos. El recóndito manantial del Chorro y su cascada, en pleno corazón del Parque Natural de las Batuecas-Sierra de Francia, ofrecen el placer que sólo un paisaje exuberante puede proporcionar. La mezcla de alisos, fresnos, durillos, encinas y jaras regala a la vista los tonos más variados de la gama del verde.
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